El juego se aleja de lo cotidiano, ocupa
parámetros especiales y temporales diferentes de los
impuestos por
la rutina diaria. El juego se realiza según una norma o
regla, siguiendo una determinada estructura y,
por consiguiente, crea orden. El juego se puede considerar como
la actividad fundamental de la infancia, actividad que se
prolonga en la vida adulta. Estamos seguros que
éste se convertirá en el gran instrumento
socializador.
Entender el juego como contenido es la consecuencia
lógica
de considerar que éste es un elemento cultural de gran
trascendencia. Es propio de todas las culturas y de todos los
tiempos.
La exigencia de los juegos de adoptar puntos de vista
externos a uno mismo constituye otra de sus
características. Esta exigencia viene determinada, sin
duda, por los conflictos y
las reglas impuestas desde afuera. Tanto su resolución
como la comprensión y su aceptación requieren de
una progresión considerable en la construcción del pensamiento infantil. En
todo esto no podemos dejar a un lado la motivación, consecuencia del propio placer
por el juego y, paralelamente a ésta, también
está la necesidad de descubrir, de experimentar, que
aparece muy ligada al juego infantil.
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